domingo, 31 de agosto de 2008

... Y quién lanza la primera piedra?


"El remordimiento crónico, y en ello están de acuerdo todos los moralistas, es un sentimiento sumamente indeseable. Si has obrado mal, arrepiéntete, enmienda tus yerros en lo posible y encamina tus esfuerzos a la tarea de comportarte mejor la próxima vez. Pero en ningún caso debes entregarte a una morosa meditación sobre tus faltas. Revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse."

Aldous Huxley


Los amigos están para celebrar y compartir con nosotros nuestros triunfos, para ser un pilar en el cual apoyarnos y consolarnos en nuestros fracasos, para reprendernos y enrielarnos por el camino correcto cuando evidentemente estamos metiendo la pata y no queremos darnos cuenta, están para todas estas cosas, pero nunca para juzgarnos. Para eso está todo el resto del mundo, y si alguien dice ser nuestro amigo y nos juzga, entonces no es tal. Sólo un amigo entendería que debe interpretar nuestros actos por el motivo que nos llevó a cometerlo, y no por el acto mismo.

El remordimiento es un sentimiento bastante indeseable, y suficientes motivos hay ya en la vida para sentirlo. Con un amigo, el remordimiento se siente cuando no siempre podemos estar ahí para apoyar y consolar, cuando no podemos compartir sus triunfos, cuando no somos lo suficientemente valientes para hacerles ver un error, por temor a su enojo. Y si ese remordimiento viene de hacerte cargo de alguna responsabilidad moral que sólo a ese amigo le incumbe, o de sentirte mal por un pesar suyo a raíz de algún sentimiento del cual no puedes hacerte responsable, y sin embargo lo haces, entonces esa persona no puede llamarse tu amigo, y menos aún si esa persona espera o piensa que debes hacerte cargo de tal responsabilidad.

A fin de cuentas, un amigo te tenderá la mano por no dejar que te revuelques en el fango del remordimiento, y menos será él el motivo por el cual lo hagas. Y para considerarse amigo de alguien, hay que partir por uno mismo, porque la amistad involucra respeto y cariño (amor, si quieren), y ambas cosas, una entrega recíproca y desinteresada. No existen los intereses creados en la amistad. Si me considero amiga de alguien, pensaría que aquella persona espera estas mismas cosas de mí.

Cuando empecé esta página, fue con la intención de desatorarme un poco, de que a quienes les interesara conocieran más de mí, que llegaran a este lugar a través de las huellas casi imperceptibles que iba dejando por el camino. Desde ese día ha pasado algo más de un año, y ese sentido ha cambiado un poco. Me di cuenta de que a través de esto, he podido revisar hechos que me han permitido acercarme un poco más a saber quién soy; y también, me ha permitido conocer más de las personas que me han visto aquí, de lo que ellas han podido saber de mí, a través de sus reacciones, porque me di cuenta que aunque se vaya por la vida cuidando cada paso, y tratando de no hacer demasiado ruido, no se puede caminar por este mundo sin provocar alguna reacción o transformación. Y me di cuenta también, que a medida que me voy haciendo más consciente de mi individualidad, más sola estoy, más encapsulada, más abstraída en mí misma, pero a la vez, más va percibiendo el resto del mundo de que existo, de que soy una persona que ocupa un lugar, y ese solo hecho comienza a molestar al resto. Y a través de esa paradoja, he aprendido yo una cosa más: da lo mismo saber todo de alguien, pero no se conoce a esa persona sino hasta que comienzas a darte cuenta de sus reacciones ante los actos y pensamientos propios. Y de todas las reacciones posibles, creo que la más simple y obvia, y muchas veces dañina, es el hecho de juzgar, sobre todo si ese juicio no se hace en tu cara, sino de forma anónima o con otras personas que, dependiendo de su fortaleza o volubilidad mental y de carácter, también pueden comenzar a juzgarte a partir de ese juicio inicial.

Volviendo un poco atrás, puedo decir que sumando y restando, para contar a mis amigos me sobran dedos de las manos. Estoy segura de que casi ninguno de ellos ha dado con este rinconcillo recóndito de la red, y la verdad es que ni siquiera es necesario, si lo han visto, no sería raro que ni siquiera se hayan molestado en dejar un par de líneas o bien ya no recuerden que esto existe, si al final, ellos no se extrañarían por ninguna de estas cosas. Algunos errores he cometido, he dañado a gente sin querer, he decepcionado y me han decepcionado, he aprendido un par de cosas, hasta el momento no he herido de muerte a nadie y no veo por qué mis errores puedan ser más terribles que los de cualquiera. Y sobre todo, si eso implica que los demás juzguen… y es tan terrible dar un traspié de vez en cuando? De dónde proviene la sabiduría de aquéllos que juzgan lo correcto y lo errado si ellos mismos no han cometido sus propios yerros? De verdad es tan difícil ver la viga en el ojo propio?

Lo bueno de todo es que de a poco se va perdiendo el temor a equivocarse, y no estoy justificando la maldad humana –que la hay- en pos de la experiencia personal de vida, sólo reclamando el errar como un derecho, y aceptando el deber que eso conlleva de afrontar las consecuencias de tales tropiezos. Y pese a todo, habrá quienes estén dispuestos a aceptar y comprender, porque han entendido que si algo hay en común entre todos nosotros es que los errores son algo inherente a la condición de haber nacido humano, y ante ese hecho, “con la misma vara que medimos seremos medidos”. El remordimiento es un sentimiento indeseable, y proviene desde el juez más implacable de todos, que es la propia consciencia.


[Jorge Drexler - La vida es más compleja de lo que parece]