miércoles, 28 de enero de 2009

El Antes y el Ahora

Una vez ella fue ingenua, nadando por el río de la inconsciencia, o más bien, dejando que la corriente la llevara. Era como un pez que se movía en medio de un cardumen de un millar de otros peces similares a ella, guiados por la marea. Solía creer en las promesas que se decían eternas y en que la miel de las palabras dulces podía de verdad paladearse, quizá porque justamente, ella trataba de hacer realidad esa dulzura, y era incapaz de prometer algo que no pudiese cumplir.

Así fue como confundió el compromiso con la obligación y el amor con el capricho, llevándolo hasta un punto insostenible, hasta el grado de volverse destructiva consigo misma, y sin darse cuenta, un buen día se miró al espejo y no se reconoció, ni supo en qué minuto se transformó en algo que no quería ser… y fue necesario estallar al fin para que esa venda autoimpuesta cayera de sus ojos, y poder descubrir que su error había sido creer sin cuestionar, y dar por entero su tiempo, su energía y todo lo demás a quien no lo merecía, hasta que nada quedó de sí misma, ni siquiera su amor propio, porque incluso eso había desperdiciado en pos de una fantasía vana e infantil. Pudo al fin dejar de preguntarse por qué las heridas no sanaban y su búsqueda la había llevado de un traspié a otro, ya que en realidad no buscaba, lo único que había estado haciendo era agarrarse de cualquier salvavidas en medio de ese mar de confusión, en vez de ser valiente y de una vez por todas nadar para llegar a la orilla. Quizá era más fácil culpar al destino por haber puesto en su camino a ese sujeto indeseable, artífice de su maldición, olvidando que ese destino es un camino que ella misma iba construyendo a través de sus propias decisiones, y ellas la habían llevado hasta ese punto.

Fue menester reconstruirse, mirarse desde afuera e ir seleccionando sólo los pedazos que servían para ese fin. Las culpas propias y las ajenas, el dolor, las lágrimas, el remordimiento, la obstinación no eran necesarias en esa restauración, y las grietas y espacios vacíos serían parchados y llenados con paciencia, autocontrol, empatía y una autoestima renovada, esos serían los nuevos materiales. De a poco se dio cuenta de que había estado tratando de retener algo muy dañino y que debía irse, se fue convenciendo así de que nada es para siempre, de que todo debe tener fin y cuando eso sucede, queda libre un lugar para que algo mejor llegue. Las lágrimas de autocompasión de nada servían, y comenzó a preocuparse por llorar las heridas que ella había provocado a otros a causa de su inexperiencia, y en esa versión mejorada de sí misma, cada vez fue derramando lágrimas con menor frecuencia porque se hizo menos egoísta y más consciente del dolor ajeno. Y de manera espontánea, dejó de preguntarse el por qué de tanto tropiezo, comenzando a sentirse agradecida ya que sin esos errores cometidos, nada de lo que ahora sabía habría sido aprendido. En su corazón no quedaron despecho, ni rencor, ni deseos de revancha, y lo que parecía infranqueable ahora sólo era un mero recuerdo con un leve sabor agrio, cicatriz de una de las tantas batallas que le tocará librar en la vida.

Ha pasado el tiempo, y ahora ella piensa que había estado equivocada en ciertas cosas que creía ya sabidas. Ya no tiene miedo de sentir, de soñar, de no ser correspondida, porque ha aprendido que conceder sólo por obtener algo a cambio no es más que egoísmo. Obligar al otro a retribuir lo ofrecido no es verdadera entrega. Recriminar al otro por no sentir lo mismo no es en realidad amor. Un sentimiento debe ser recíproco de manera espontánea, y no forzada, no por cumplir, y si de pronto ya no es así, es mejor dejar que las cosas sigan su curso, para que algo brillante y renovado pueda venir y ocupar su sitio. Sentir y entregar son capacidades que pueden intensificarse con el tiempo, y a diferencia de la pasión, el amor tiene mucho de racional, para experimentarlo se necesita probar, errar, pensar y aprender, y lograr que la pasión insensata se subyugue a él.

Ahora sabe lo que quiere, y ha encontrado algo muy similar a lo que espera. Ahora al fin se despojó de los temores y se lanzó al vacío. Ahora se siente, por primera vez en su vida, capacitada para amar.



[Francisca Valenzuela - "Muleta"]